sábado, 20 de octubre de 2012

ESTUDIO SOBRE EL PAPEL DE LA MUJER Y EL FEMINISMO A LO LARGO DE LA HISTORIA, POR JOSÉ ANTONIO HERRERA MÁRQUEZ


EL PAPEL DE LA MUJER Y EL FEMINISMO A LO LARGO DE LA HISTORIA














Por José Antonio Herrera Márquez
EL PAPEL DE LA MUJER Y EL FEMINISMO A LO LARGO DE LA HISTORIA.

-INTRODUCCIÓN.

En este trabajo intentaremos hacer un repaso al feminismo y a sus apariciones a lo largo de la Historia. Lo distribuiremos por siglos, empezando por el siglo XVIII, donde aparece el feminismo de la igualdad o- como podríamos llamarlo -el feminismo ilustrado, que nace a partir de las ideas de la Ilustración. Aunque antes de empezar con el siglo XVIII, hablaremos de algunos antecedentes importantes que tuvo el feminismo. Terminaremos el trabajo con el feminismo del siglo XX.

Iremos tratando el tema a través de autores y autoras importantes para tratar el tema del feminismo, tanto a favor como en contra del mismo. Además analizaremos algunas condiciones históricas que fueron influyendo en los movimientos y reivindicaciones feministas.

-SITUACIÓN DE LA MUJER ANTES DEL SIGLO XVIII, Y ALGUNOS ANTECEDENTES DEL FEMINISMO.

El sistema que ha reinado siempre en la mayoría de las sociedades antiguas, por no decir en todas, ha sido el sistema patriarcal. La mujer siempre ha estado en una situación de inferioridad con respecto al hombre.

En los momentos de ilustración y en los momentos de transición hacia formas sociales más justas y liberadoras es cuando surgen con más fuerza las polémicas feministas. La ilustración sofística produjo el pensamiento de la igualdad de los sexos, aunque ha sobrevivido mejor la reacción patriarcal que generó. A partir de aquí, la historia occidental fue tejiendo el discurso de la inferioridad de la mujer respecto al hombre. Se dividía así a los humanos en dos grupos distintos: hombres y mujeres. El nuevo paradigma humano de la autonomía que trajo consigo el Renacimiento, no se extendió a las mujeres; tan sólo se aplicó a los varones este nuevo ideal del hombre renacentista. El movimiento de renovación religiosa que fue la Reforma protestante significó la posibilidad de un cambio en el estado de la polémica, al afirmar la primacía de la conciencia-individuo y el sacerdocio universal de todos los verdaderos creyentes frente a la relación jerárquica con Dios. Pero una vez más, se dejó a las mujeres fuera. El protestantismo reforzó la autoridad patriarcal convirtiendo al padre en el nuevo e inapelable intérprete de las Escrituras, dios-rey de la casa, del hogar. Aun así, algunas sectas incluyeron a las mujeres como predicadores, pero se las acusó de pactar con el demonio. En la Francia del siglo XVII, los salones comenzaban su andadura como espacio público capaz de generar nuevas normas y valores sociales. En los salones, las mujeres tenían una presencia notable, y protagonizaron el movimiento literario y social conocido como preciosismo. Estas mujeres de los salones de las preciosas declaraban preferir la aristocracia del espíritu a la de la sangre, e impusieron nuevos estilos amorosos. Pero fueron ridiculizadas.

Para muchas feministas, la primera feminista sería Pisan, una poetisa medieval francesa que fue la primera en vivir de la escritura. Escribía con su nombre, no utilizaba pseudónimos, y además su marido no firmaba sus obras, cosa que no se había visto hasta entonces. Escribió una obra llamada “La ciudad de las damas” (1405), que para las feministas de la diferencia es el referente máximo; y para las feministas de la igualdad es un referente importante, aunque no el máximo. Lo que hace en esta obra es demostrar a los hombres que las mujeres no son como ellos creían, y lo hace con ejemplos. Idea cómo sería una ciudad en la que sólo habitaran mujeres. No quiere cambiar nada, pero quiere validar a las mujeres, defenderlas. Estudia los casos de mujeres que se han hecho pasar por hombres, para demostrarnos que las mujeres podían ser tan buenas en todo como los hombres. Para ella eran importantes los casos de travestismo, porque precisamente mostraban cómo una mujer podía desempeñar el mismo papel que un hombre.

La primera obra que se centra en pedir la igualdad sexual es la de Poulain de la Barre, un filósofo cartesiano, llamada “Sobre la igualdad de los sexos” y publicada en 1673. Tenía una idea muy positiva de las mujeres que acudían a los salones de las preciosistas. Solían ser mujeres de alta talla intelectual. Poulain de la Barre era un filósofo cartesiano, lo que le induce a pensar y defender que el intelecto es igual en mujeres y hombres, puesto que no depende del cuerpo. Como el pensamiento no se diferencia en hombres y mujeres- ya lo dijo así Descartes –ambos sexos deben tener iguales derechos. Si bien Descartes no trató en particular del tema del estatus ontológico de las mujeres, su dualismo de la sustancia y la excelencia que atribuía al intelecto permitían suponer que éste, al ser independiente del cuerpo, era igual en hombres y mujeres. Incluso algunas lucubraciones del filósofo sobre el cuerpo humano y su formación basadas en la ciencia de la época, hacían del sexo algo totalmente accidental que dependía en su determinación como hombre o mujer de la posición del feto en el vientre de la madre. En todo caso, para Descartes la sexualidad era sólo una particularidad que no revestía un carácter fundamental de tipo ontológico.

-SITUACIÓN DE LA MUJER EN EL SIGLO XVIII Y NACIMIENTO DEL FEMINISMO ILUSTRADO.

Las mujeres de la revolución francesa utilizaron la demanda de universalidad de la ilustración para irracionalizar sus usos interesados- e ilegítimos -patriarcales. El pensamiento feminista tiene sus raíces en la Ilustración, porque ésta tiene aspiraciones de igualdad y libertad. El nuevo estado revolucionario pregonaba la igualdad universal, negando los derechos civiles y políticos a todas las mujeres. Esto era una gran contradicción, y, por ello, las mujeres se constituyeron en sujetos de nuevos discursos vindicativos. Desde el nuevo paradigma de igualdad implantado por los hombres, tomaron los recursos para articular quejas y peticiones para intentar acabar con su situación de subordinación a los hombres. “El  feminismo se constituye así en una forma peculiar de ilustración de la Ilustración, en el Pepito Grillo de las propuestas emancipatorias de esa Ilustración… que asignó a las mujeres el lugar de la Cenicienta” nos dirá Celia Amorós[1].

Este feminismo ilustrado o feminismo de la igualdad, fija su atención en la realidad cotidiana de dominación, denunciando sus infinitas manifestaciones. Así, podemos encontrar en él muy buenos análisis acerca de la formación del sujeto femenino. “La fundamental importancia que los ilustrados otorgaron a la educación, explica la fuerza con que se luchó contra la opinión que concebía todas las diferencias entre los sexos como revelaciones de las respectivas esencias masculina y femenina que, en tanto esencias, eran consideradas, como es de suponer, invariables y universales”, dice Alicia H. Puleo[2].

El siglo XVIII es el siglo de la fe en la cultura, la educación y el progreso. Condorcet creía en todo esto. Autores como él, y como La Mettrie, Holbach, Diderot, Sade, etc., coincidían en conceder la igualdad entre hombres y mujeres; estaban a favor de la igualdad de la naturaleza humana. Frente a todos ellos, se encontraba Rousseau, que defiende que sólo los varones deben ser ciudadanos, no las mujeres. Debajo del contrato social de Rousseau, había un contrato sexual; además, el mismo contrato social no funcionaba sin ese contrato sexual. El espacio público, en tanto espacio de la libertad y de la autonomía moral, no podía existir sin el espacio privado, en cuanto lugar de reproducción de lo público y de sujeción de las mujeres mediante el contrato de matrimonio.

Para Rousseau, hay dos naturalezas humanas distintas: la femenina, muy determinada por los ciclos biológicos; y la masculina, poco mediada por la biología. En función de esto, los hombres tienen que ser educados en libertad, deben ser ciudadanos, etc. Pero las mujeres sólo tienen que tener y criar a los hijos. Propone así, dos educaciones distintas para los dos sexos, o, en este caso, para las dos naturalezas humanas. El tema de la educación, como podemos ver, tomó una gran importancia en la Ilustración y también en la polémica de los sexos.

D´Alambert polemizó con Rousseau. Él apostaba por una educación igualitaria. Pensaba que la educación que se les daba a las mujeres era funesta, y que únicamente aprendían a fingir sin cesar, a ahogar todos los sentimientos, a ocultar todas sus opiniones y disfrazar todos sus pensamientos. Afirmaba que era un error que la educación no llegara a todos. Creía que cuando la educación fuese más libre de expandirse, más extendida y homogénea, experimentaríamos sus efectos bienhechores; dejaríamos de mantener a las mujeres bajo el yugo y la ignorancia, y ellas dejarán de seducir, engañar y gobernar a sus señores.

Un autor que destaca por la defensa de la igualad de las mujeres es Condorcet. Éste piensa que se les están negando a las mujeres los derechos naturales, que tienen al igual que los hombres. Piensa que no han hecho nada importante hasta ahora porque no las hemos dejado, no es que no sean inteligentes, e incluso aunque no fueran inteligentes, esto no nos justificaría a negarles esos derechos. Cree que las mujeres podrían hacer compatibles la vida pública y la vida privada. Además afirma que no se puede excluir a las mujeres del derecho de ciudadanía, porque el derecho natural y los principios de una república exigen la participación de todos los individuos. También dice que los hombres no pueden representar a las mujeres porque tienen intereses diferentes, y en la república sólo puedes ser representado por alguien con tus mismos intereses. Justifica esto con el hecho claro de las leyes opresivas y discriminatorias votadas por los hombres contra las mujeres. Y afirma que la perfectibilidad de la especie humana implica necesariamente- para su pleno despliegue -la abolición de los prejuicios sobre los sexos y el establecimiento de la igualdad entre ambos. Sólo la igualdad entre los sexos hará posible el desarrollo de una conciencia moral más plena y el goce de una felicidad hasta el momento desconocida. Reclama igualdad de derechos y una educación igualitaria (y dada en común) para hombres y mujeres, porque las diferencias entre ambos sexos se deben a que la educación recibida es muy diferente. Además no cree que la ley deba excluir a las mujeres de ningún puesto.

Madame Lambert también se preocupaba de este tema y apostaba por una educación igualitaria entre hombres y mujeres. Afirmaba que el saber iguala hombres y mujeres y libera, al menos en cierto grado, la conducta femenina de las trabas que rigen su vida amorosa. Pertenecía al movimiento de las preciosas y criticaba el hecho de que mientras que los hombres podían cultivar las letras, al mismo tiempo ridiculizaran a las mujeres que lo hacían. Pensaba que al educar como se hacía a las mujeres de la época, se estropeaban todas las disposiciones que les había dado la naturaleza.

Diderot criticaba el hecho de que en el matrimonio siempre tuviera el poder el hombre y la mujer estuviera dominada por él y subordinada a él. No criticaba que hubiera en el matrimonio uno que mandara sobre el otro, sino que siempre tuviese que ser el hombre, incluso en las ocasiones en que la mujer tenía más o mejores capacidades que el hombre. Apostaba por un matrimonio en el que mandara el que tuviera las mejores capacidades, indistintamente de si era el hombre o la mujer.

Uno de los momentos más lúcidos de la toma de consciencia feminista fue la “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana” (1791) de Olympe de Gouges. Este texto, inspirado en la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, fue redactado con el objetivo de denunciar y remediar la falsa universalidad que esconde bajo el equívoco término Hombre el real significado de varón. La autora reclama la igualdad entre los sexos. Afirma que la mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. Se debe dejar de oprimir a la mujer, pues al ser todos iguales, las distinciones sociales sólo pueden estar basadas en la utilidad de todos, y la dominación de la mujer a manos del hombre no es beneficiosa para todos. Nos dice que la ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y Ciudadanos deben participar en su formación personalmente o por medio de sus representantes. Además, todos los ciudadanos y todas las ciudadanas deben ser admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y sus talentos. Como vemos, esta autora está en la misma línea que Condorcet.

En 1792, Mary Wollstonecraft redactó su “Vindicación de los derechos de la mujer”. Este texto es casi contemporáneo a los de Gouges y Condorcet. Este texto se presenta como una obra que pide la inclusión de las mujeres en la esfera pública y política. Aunque su tema fundamental es el de la educación femenina. Al no existir distinción natural entre las capacidades y funciones de hombres y mujeres, las distinciones no naturales que implantan la desigualdad, llevan a la corrupción mutua de las partes implicadas. Wollstonecraft cree que la Humanidad sólo podrá alcanzar el grado de perfección que prometía el ideario ilustrado si sus grandes verdades se hacen realmente universales, por lo que hay que acabar con la desigualdad. Por tanto, hay que educar por igual a hombres y mujeres. Lo que convierte a las mujeres en inferiores y las lleva a actuar como tales, es su  situación (se las ha tratado como seres inferiores), no su naturaleza. Nos dice en esta obra que: “La situación de las mujeres hace que confundan la virtud con la apariencia de virtud, con la reputación. Hay que desenmascarar las convenciones sociales que impiden a las mujeres el ejercicio de la virtud y las convierten en seres envilecidos, consumadas maestras en el arte de las apariencias y en el cultivo de las tretas y de los engaños. Si no se permite a las mujeres disfrutar de derechos legítimos, volverán viciosos a los hombres y a sí mismas para obtener privilegios ilícitos”[3]. Hay que decir aquí que admiraba a Rousseau por distinguir entre virtud y apariencia de virtud, pero la decepcionaba el hecho de que fuese incapaz de distinguir entre realidad y representación en el tema del carácter y destino de las mujeres. En esta obra critica duramente a Rousseau por esto y por cómo trata el tema de las mujeres.

La transformación con respecto a los siglos anteriores significa el paso del gesto individual al movimiento colectivo: la querella fue llevada a la plaza pública y tomó la forma de un debate democrático: se convirtió por vez primera de forma explícita en una cuestión política. Sin embargo, la revolución francesa acabó siendo una derrota para el feminismo. En 1793 Olympe de Gouges fue guillotinada por asuntos políticos, los jacobinos cerraron los clubes de mujeres, y en 1794 se prohibió la presencia de mujeres en cualquier tipo de actividad política. Si alguna mujer se había señalado demasiado sólo tenía dos opciones: el exilio o la guillotina.

Además de todo esto, podemos ver cómo en el siglo XVIII ya se empezaba a gestar el predominio de la psiquiatría del siglo XIX, con la que la sexualidad adquiere visos ontológicos. Nadie permanecerá totalmente indiferente a la sospecha de origen fisiológico de los actos aparentemente voluntarios, de las acciones aparentemente libres y hasta del pensamiento aparentemente puro.

El discurso que la Ilustración mantiene sobre las mujeres se mueve en una ambigüedad fundamental, provocada por una oscilación entre explicaciones culturalistas y justificaciones biologicistas de la diferencia genérica. Podemos leer en “La Ilustración olvidada” de Alicia H. Puleo, que: “Tal oscilación surge de tres fuentes: por un lado, de la fortaleza de las costumbres y de los prejuicios arraigados en la sociedad y, por ende, en los ilustrados en tanto pertenecen a ésta; por otro, de una tensión interna del propio pensamiento de la Ilustración, la contradicción que surgirá entre el deseo de cambio, el imperativo moral de crítica a las estructuras vigentes y el progresivo avance del conocimiento de las ciencias naturales que impone un punto de vista determinista, biologicista; finalmente, un tercer factor lo constituye el discurso de una burguesía emergente que en la pluma de Rousseau expresará un nuevo modelo de familia que consagra la exclusión de las mujeres del ámbito de lo público”[4]. Este proyecto político de la burguesía, se apoyará en los argumentos aportados por la medicina filosófica, que establecía que los cerebros de hombres y mujeres eran distintos. 

-LAS MUJERES Y EL FEMINISMO EN EL SIGLO XIX.

En el siglo XIX, aparece la misoginia por todas partes. La sexualidad adquiere visos ontológicos. Esta elevación de la sexualidad a esencia y verdad oculta de los individuos es denunciada por Michel Foucault en su “Historia de la sexualidad” como estrategia de poder que histerizó el cuerpo femenino. La dimensión biologicista de la Ilustración llevó a este discurso antifeminista que apela a la naturaleza biológica para mantener a las mujeres en sus roles tradicionales, puesto que el biologicismo predeterminaría su destino como individuos.

El mayor representante de la misoginia del siglo XIX es, sin lugar a dudas, Arthur Schopenhauer. Éste establece la diferencia en los caracteres biológicos y anatómicos. Fue el primero en plantear el sexo como núcleo de la metafísica. Piensa que sólo el instinto sexual puede explicar que los seres se reproduzcan. Esto prueba la supremacía de la voluntad sobre cualquier reflexión y sobre cualquier razonamiento. El fin del acto sexual es siempre la reproducción, aunque lo evitemos. La voluntad nos lanza la trampa con el instinto sexual para que sucumbamos a perpetuar la especie. La mujer es el cebo que se pone al anzuelo para que el hombre no pueda resistir el instinto sexual, y sucumba a los fines de la vida. Para él, las mujeres son como un grado intermedio entre los animales y los hombres, son una objetivación menor. Se basa en los médicos filósofos para decir que las mujeres son un ser humano de segunda categoría. Afirma que la mujer es pura apariencia, pura superficialidad. Nos dice que la emancipación de la mujer es imposible, entre otras cosas, porque el cerebro ésta no da para más. Para poder hacernos una idea de la misoginia de Schopenhauer, son suficientes unas pocas citas extraídas de sus obras: “[la mujer] rinde su tributo a la vida, no por la acción, sino por el sufrimiento, por el cuidado que prodiga a los hijos, por la sumisión al hombre, para quien debe ser una compañera afectuosa y paciente”; “hasta tal punto necesitan un dueño. La mujer es un animal de cabellos largos y de ideas cortas”; “es la mujer un animal al que es necesario pegar, alimentar bien y encerrar. Deberían tan sólo ocuparse de su casa”; “son el segundo sexo, el sexo destinado a permanecer separado y en segundo término”; “durante toda la vida las mujeres son como niños”; y un largo etcétera[5].


La dimensión biologicista de este siglo, da paso también a un feminismo de la diferencia que mantendrá en Francia, a lo largo del siglo XIX, un discurso reivindicativo basado en la peculiaridad irreductible de las mujeres en tanto dadoras de la vida, generosas madres que alimentan y cuidan. Este feminismo francés rechaza el discurso igualitario del feminismo ilustrado o feminismo de la igualdad, y sigue una línea de afirmación de la diferencia sexual, reclamando al Estado protección para las mujeres. Exalta el principio femenino y sus valores y denigra lo masculino. Para ellas, la sexualidad masculina es agresiva y potencialmente letal, la femenina es difusa, tierna y orientada a las relaciones interpersonales. 


En este siglo, el feminismo aparece como un movimiento social de carácter internacional. Además, ocupará un lugar importante en el seno de los otros grandes movimientos sociales: los diferentes socialismos y el anarquismo. En la voz Feminismos de Ana de Miguel, perteneciente al libro “Diez palabras claves de mujer”, podemos leer que: “Por un lado, a las mujeres se les negaban los derechos civiles y políticos más básicos, segando de sus vidas cualquier atisbo de autonomía personal. Por otro, el proletariado (y las mujeres proletarias) quedaba totalmente al margen de la riqueza producida por la industria, y su situación de degradación y miseria se convirtió en uno de los hechos más sangrantes del nuevo orden social. Estas contradicciones fueron el caldo de cultivo de las teorías emancipadoras y los movimientos sociales del XIX”[6].

Uno de los movimientos importantes para el feminismo de este siglo fue el movimiento sufragista. En la burguesía, la clase social ascendente, las mujeres quedaron enclaustradas en un hogar, símbolo del status y éxito laboral del varón. Estaban indignadas por su situación de propiedad legal de sus maridos y por su marginación de la educación y la mayoría de las profesiones. Por todo esto, las mujeres se organizaron en torno a la reivindicación del derecho al voto. Pero el derecho al voto no era lo único que pedían, pedían la igualdad en todos los terrenos apelando a la auténtica universalización de los valores democráticos y liberales. Uno de los textos fundacionales del sufragismo fue la Declaración de Séneca Falls, publicada en 1848 como resultado de la primera convención sobre los derechos de la mujer organizada en Estados Unidos por Lucretia Mott y Elisabeth Cady Stanton. En ella apelan a la ley natural como fuente de derechos para toda la especie humana, y a la razón y al buen sentido de la humanidad como armas contra el prejuicio y la costumbre. Dicen que sólo hay una forma de ser humano, que todos somos idénticos en capacidad y responsabilidad. También piden igualdad ante la religión. Encontramos en esta declaración, no sólo exigencias para alcanzar la ciudadanía civil, sino también los principios que deberían modificar las costumbres y la moral. Querían el voto, poder presentarse a elecciones, poder ocupar cargos públicos, poder pertenecer a organizaciones políticas, poder asistir a reuniones políticas; además estaban en contra de la prohibición de tener propiedades (pues sus propiedades se transferían al marido), y querían poder tener negocios propios. Denuncian la situación de dependencia absoluta de las mujeres, su imposibilidad de acceso a enseñanzas superiores y la precariedad en el trabajo, pero se dan cuenta que esta situación responde a un orden moral y de costumbres que necesariamente hay que invertir.

La fuente más clara de inspiración que tuvo el Manifiesto de Séneca Falls fue la Declaración de Independencia, redactada por Jefferson en 1776. Esta declaración tenía una raíz profundamente ilustrada, y contaba entre los derechos naturales e inalienables a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Además, aseguraba que la función del Gobierno consistía en preservar estos derechos naturales.

Harriet Taylor Mill se hizo eco de estas reivindicaciones llevadas a cabo por las feministas de Séneca Falls. John Stuart Mill y Harriet Taylor Mill apoyaron el movimiento de Séneca Falls. Escribieron un libro llamado “Ensayo sobre la igualdad de los sexos”, que estaba compuesto por cuatro ensayos, dos escritos por John y otros dos escritos por Harriet. Posteriormente, John Stuart Mill escribió “La esclavitud femenina”, siguiendo esta línea. John piensa que la mujer no se emancipará mientras que no se emancipe en su casa y su familia. Es en las casas donde hay que educar en igualdad. Uno de los artículos de Harriet Taylor Mill es “La emancipación de la mujer”, donde dice que no se puede llamar universal al sufragio cuando la mitad de la especie humana permanece excluida de él. Y afirma que: “Declarar que todo el mundo tiene derecho a voto en el gobierno y pedir este derecho sólo para una parte, a saber, la parte a que el mismo demandante pertenece, es demostrar claramente que uno no tiene principios”[7]. Dice que dividir la especie en dos (hombres y mujeres), estando las mujeres subordinadas a los hombres siempre, es un prejuicio y una fuente de perversión y corrupción para ambos. Hay que sustituir el dominio del más fuerte por una justa igualdad. Harriet piensa que si conseguimos la igualdad, cada individuo, sea hombre o mujer, demostrará sus aptitudes mediante la experiencia, y el mundo se aprovechará de las mejores facultades de todos sus habitantes. La desigualdad no es sólo una injusticia para el individuo y un perjuicio para la sociedad, sino que además es el modo más eficaz de procurar que, en el sexo o clase así encadenado, dejen de existir las cualidades que no se dejan ejercitar. La pretendida preferencia de la mujer por su estado de dependencia es sólo aparente y proviene del hecho de que no se le deja escoger; ya que si la preferencia fuese natural, no habría necesidad de que la ley la impusiera. Esta preferencia se debe a que la mujer ha aprendido a considerar su degradación como su honor, ya que se les ha inculcado, desde la niñez, la sumisión como el atractivo y la gracia peculiares de su carácter. En 1886, Stuart Mill presentó la primera petición a favor del voto femenino en el Parlamento de Inglaterra, pero fue rechazada.

Con respecto a los movimientos socialistas, fueron los socialistas utópicos los primeros en abordar el tema de la mujer. Proponían la vuelta a pequeñas comunidades en que pueda existir autogestión y se desarrollara la cooperación humana en un régimen de igualdad que afectara también a los sexos. Condenaban la doble moral y consideraban el celibato y el matrimonio indisoluble como instituciones represoras y causa de injusticia e infelicidad.
En el socialismo marxista, Engels se unió a las tesis de Bachofen, McLenan y Morgan, los antropólogos evolucionistas. Todos estos autores pensaban que todas las sociedades sufrían una misma evolución, aunque cada una estuviera en una fase distinta de esta- la misma -evolución. Engels afirma, junto a estos autores, que la propiedad privada hacía que se pase a la fase de sociedad patriarcal y, con ello, a la opresión de las mujeres. Estableció, así, que el origen de la sujeción de las  mujeres estaba en causas sociales, y no en causas biológicas. En concreto, en la aparición de la propiedad privada y la exclusión de las mujeres de la esfera de la producción social. En consecuencia, de este análisis se desprendía que la emancipación de las mujeres iría unida a su retorno a la producción y a la independencia económica.

Con respecto al anarquismo, Proudhon mantuvo posiciones antigualitarias extremas. Sin embargo, el anarquismo contó con numerosas mujeres que contribuyeron a  la lucha por la igualdad. Una de las ideas más recurrentes entre ellas era la de que las mujeres se liberarían gracias a su  propia fuerza y esfuerzo individual. Consideraban que las relaciones entre ambos sexos debían ser libres.

-LA MUJER Y EL FEMINISMO EN EL SIGLO XX.

Tenemos que empezar hablando de un personaje importante para la comprensión que se empieza a tener en el siglo XX sobre la mujer, como es Freud. Freud nos dirá que el sexo no existe, que el sexo como femenino o masculino es sólo un constructo. Debajo de la diferencia de género, no hay nada de naturaleza. Ya no hablamos de esencias femeninas sino de identidades femeninas. No hay esencias, sino identidades. No hay dos sexos, los sexos no son más que un derivado, no son más que un constructo. Hay una única pulsión sexual: la libido. No hay dos tipos de pulsiones sexuales, hay sólo un tipo. La libido es la fuerza motriz de la sexualidad, y es la misma para todos, está presente tanto en hombres como en mujeres. Esto lo que afirma es que el reducto biológico de lo humano, la libido, es bisexual.

Freud nos dice que los individuos no son felices porque tienen que reprimir sus pulsiones básicas para vivir en cultura y en sociedad. Y hemos de vivir en sociedad y en cultura porque somos seres precarios, porque lo necesitamos. El individuo tiene muchas pulsiones, pero ha de reprimir casi todas, excepto aquellas que se adaptan a su cultura y su  sociedad.
En el tema de las pulsiones, el pensamiento de Freud pasa por tres fases: primero piensa que tenemos dos tipos de pulsiones, libidinosas y de conservación; luego piensa que todas las pulsiones que tenemos son libidinosas; y por último piensa que tenemos pulsiones libidinosas, y también de muerte. Las pulsiones narcisistas son sexuales, y como las pulsiones de conservación son narcisistas, entonces las pulsiones de conservación son sexuales también. Las pulsiones sexuales son de vida, y las tanatosianas son de muerte, que pueden ser autolesivas o agresivas. Normalmente, en la cultura, nos negamos las pulsiones sexuales y las de muerte, y esto es muy peligroso; esto nos hace daño. La represión de la libido produce problemas, produce malestar en el individuo. La cultura nos hace cambiar el programa del principio de placer por el programa del principio de realidad. La identidad sexual adulta está llena de restricciones.

La construcción de las identidades femeninas y masculinas, pasa por unas fases. Ambas son iguales en las dos primeras fases: oral y anal. Pero ya en la tercera fase, la genital, aparecen diferencias. En el niño es el pene y en la niña el clítoris, así, el niño vive la sexualidad como superior a la de la niña porque el pene es más grande que el clítoris. Después, ambos pasan por una fase de letargo en la que se les reprime. Y por último aparece la gran distinción: la etapa fálica en el niño, y la vaginal en la niña. Para Freud, la sexualidad fálica es activa, mientras que la vaginal es pasiva. La niña vive la sexualidad como inferioridad frente al niño, además en ella se ha pasado del clítoris en la fase genital, a la vagina en la fase vaginal; mientras que en el niño en ambas fases es el pene. Además hay algo más que también es importante, en el niño el objeto sexual es siempre la madre, pero en la niña comienza siendo la madre para pasar luego a ser el padre, produciéndose un rechazo de la madre. Freud nos hace ver que en el sexo femenino se da una mayor represión que en el sexo masculino, y un mayor desconocimiento de los deseos sexuales.

En el siglo XX, aparece la figura de Simone de Beauvoir, cuya obra más importante en lo tocante al tema que estamos tratando es, sin duda alguna, “El segundo sexo”. Con la consecución del voto y todas las reformas que ésta trajo consigo, las mujeres parecían estar relativamente satisfechas con respecto a sus demandas, además vivían en una sociedad legalmente casi-igualitaria, y la calma parecía reinar en los hogares. La obra de Simone de Beauvoir es una muestra del cambio que se avecina. Ésta cree que se identifica mujer con madre y esposa, y que esto cercena toda posibilidad de realización personal y culpabiliza a todas aquellas que no son felices viviendo solamente para los demás.

Sus viajes por los Estados Unidos le hicieron conocer los movimientos feministas de este país, lo cual le influyó mucho. Y, pese a que es considerada la feminista por antonomasia, ella nunca se consideró feminista. Su feminismo se apoya en bases ilustradas, pero el sujeto de este feminismo es un sujeto limitado. El sujeto es débil, no es un sujeto plenamente libre (como lo era el sujeto ilustrado), porque puede haber situaciones en que se anule la libertad del mismo. Es un sujeto, por tanto, debilitado por la circunstancia. Esto hace que las mujeres no sean responsables de su situación de sumisión ante el hombre, que no sean responsables de tener tan poca libertad, que no sean responsables de haber sido el segundo sexo. La mediatización de la cultura ha hecho que la mujer, que en el punto cero era (igual que el hombre) todo libertad, puro proyecto, puro para sí, no se haya realizado, y viva, así, para el otro (y no para sí). “Ahora bien, lo que define de una manera singular la situación de la mujer es que, siendo como todo ser humano una libertad autónoma, se descubre y se elige en un mundo donde los hombres le imponen que se asuma como lo Otro: se pretende fijarla en objeto y consagrarla a la inmanencia, ya que su trascendencia será perpetuamente trascendida por otra conciencia esencial y soberana”, nos dice Simone de Beauvoir[8].

No se nace mujer, se llega a serlo; ésta es la gran afirmación de Simone de Beauvoir. Se nace libre, se nace hembra o macho, pero no mujer u hombre. “Así, pues, todo ser humano hembra no es necesariamente una mujer; tiene que participar de esa realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad”[9]. Ser mujer implica los valores de servicio, maternidad, sumisión, aceptar el segundo lugar, etc. Pero todo esto es un constructo, no es por naturaleza, y, por tanto, se puede cambiar. Simone de Beauvoir dirá que son las mujeres las que tienen que cambiar esto. Los hombres se han apropiado de unas características que en realidad pertenecían a toda la especie humana y que, por tanto, incluían también a las mujeres; pero a éstas les han negado esas características, inventándoles otras. Simone de Beauvoir, en la introducción a “El segundo sexo”, cita a Dorothy Parker, quién dice que: “Pienso que todos nosotros, tanto hombres como mujeres, quienes quiera que seamos, debemos ser considerados como seres humanos”[10]

En los años sesenta y setenta se descubre la sexualidad femenina como activa. En esta época la gran petición feminista es la liberación sexual de la mujer. La aparición de la píldora había acabado con la relación sexo-reproducción de una manera tajante. Ya en los años cincuenta, Kinsey había hecho unos estudios en los que se dedicó a ser una especie de orientador sexual. En ellos, descubre que las parejas que funcionaban bien hacían muchas cosas diferentes, no sólo sexo genital, sino también oral, anal, etc. Le encargaron un trabajo sobre la sexualidad femenina, debido al cual perdió toda su fama y prestigio porque dijo que, al igual que los hombres, las mujeres también tenían gustos sexuales diversos, y que dichos gustos no eran unas prácticas sexuales pasivas; sino que la sexualidad femenina era una sexualidad activa.
A principios de los sesenta, Betty Friedan escribió “La mística de la sexualidad”, donde detectó que los valores y actividades femeninas de siempre eran un artilugio del patriarcado, que nos los vendía como algo bueno. Con ellos se nos intentaba demostrar que la situación clásica de la mujer era estupenda. Y Friedan decía que esta mística de la feminidad se generó porque las mujeres debían volver a sus casas ya que sus maridos habían regresado de la guerra, y para que volvieran se les vendía esta situación de la mujer como buena. Pero esas mujeres, cuando volvían a su situación anterior, se sentían mal, se sentían vacías, y a esto lo llamaba Friedan <>. Friedan contribuyó a fundar en 1966 la Organización Nacional para las Mujeres (NOW). Donde veían la situación de las mujeres como una desigualdad, y se postulaba la reforma del sistema hasta lograr la igualdad entre los sexos.

Al poco tiempo se formó el Movimiento de Liberación de las Mujeres (WLM), que estaba formado por mujeres que pertenecían a partidos de izquierdas, y se sentían marginadas sexualmente en estos grupos y en sus propias casas. Éstas eran las llamadas feministas radicales. Una de ellas, Kate Miller, hizo la gran afirmación de que lo personal es político, de que no hay frontera entre lo privado y lo público. Estas feministas radicales se organizaron de forma autónoma, separándose de los varones.
El feminismo radical norteamericano se desarrolló entre 1967 y 1975. Y a ellas se les deben conceptos tan fundamentales para el feminismo como el concepto de patriarcado, el de género, y el de casta sexual. El patriarcado es definido como un sistema de dominación sexual (del hombre sobre la mujer). El género expresaba la construcción social de la feminidad. Y la casta sexual aludía a la experiencia de opresión vivida que tenían en común todas las mujeres. Además, consideraban que los varones recibían beneficios económicos, sexuales y psicológicos del sistema patriarcal.
Como podemos ver, el siglo XX fue muy importante para el feminismo.






















BIBLIOGRAFÍA.

-M. Wollstonecraft, “Vindicación de los derechos de la mujer”, incluido en “Orígenes del feminismo: Textos ingleses de los siglos XVI al XVIII”, Lidia Taillefer, Madrid, Ed. Narcea.

-Alicia H. Puleo, “La Ilustración olvidada: La polémica de los sexos en el siglo XVIII.”, Madrid, Ed. Anthropos, 1993.

-Arthur Schopenhauer, “Los dolores del mundo”, Madrid, Ed. Sequitur, 2009.

-Harriet Taylor Mill, “La emancipación de la mujer”, incluido en “Ensayo sobre la igualdad de los sexos”, Madrid, Ed. Antonio Machado Libros, 2000.

-Celia Amorós, “Diez palabras claves de mujer”, Estella (Navarra), Ed. Verbo Divino, 1995.

-Virginia Woolf, “Un cuarto propio”, Madrid, Ed. Alianza, 2003.

-Varios Autores, “Manifiesto de Séneca Falls”, 1848.

-Simone de Beauvoir, “El segundo sexo”, Madrid, Ed. DeBolsillo, 2007.





ÍNDICE.


EL PAPEL DE LA MUJER Y EL FEMINISMO A LO LARGO DE LA HISTORIA.

INTRODUCCIÓN................................................................................... PÁG. 2

SITUACIÓN DE LA MUJER ANTES DEL SIGLO XVIII, Y ALGUNOS ANTECEDENTES DEL FEMINISMO…………………………...…... PÁG. 2

SITUACIÓN DE LA MUJER EN EL SIGLO XVIII Y NACIMIENTO DEL FEMINISMO ILUSTRADO………………………………………...… PÁG. 4

LAS MUJERES Y EL FEMINISMO EN EL SIGLO XIX………..... PÁG. 8

LA MUJER Y EL FEMINISMO EN EL SIGLO XX…………….... PÁG. 12

BIBLIOGRAFÍA………………………………………………….… PÁG. 17


[1] Alicia H. Puleo, “La Ilustración olvidada: La polémica de los sexos en el siglo XVIII.”, Madrid, Ed. Anthropos, 1993.

[2] Alicia H. Puleo, “La Ilustración olvidada: La polémica de los sexos en el siglo XVIII.”, Madrid, Ed. Anthropos, 1993.

[3] M. Wollstonecraft, “Vindicación de los derechos de la mujer”, incluido en “Orígenes del feminismo: Textos ingleses de los siglos XVI al XVIII”, Lidia Taillefer, Madrid, Ed. Narcea.

[4] Alicia H. Puleo, “La Ilustración olvidada: La polémica de los sexos en el siglo XVIII.”, Madrid, Ed. Anthropos, 1993.

[5] Arthur Schopenhauer, “Los dolores del mundo”, Madrid, Ed. Sequitur, 2009.
[6] Celia Amorós, “Diez palabras claves de mujer”, Estella (Navarra), Ed. Verbo Divino, 1995.
[7] Harriet Taylor Mill, “La emancipación de la mujer”, incluido en “Ensayo sobre la igualdad de los sexos”, Madrid, Ed. Antonio Machado Libros, 2000.
[8] Simone de Beauvoir, “El segundo sexo”, Madrid, Ed. DeBolsillo, 2007.
[9] Simone de Beauvoir, “El segundo sexo”, Madrid, Ed. DeBolsillo, 2007.
[10] Dorothy Parker, “Modern Woman: a lost sex”, citado en “El segundo sexo”, Simone de Beauvoir, Madrid, Ed. DeBolsillo, 2007. 

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