EL PAPEL DE LA MUJER Y EL FEMINISMO A LO LARGO DE LA HISTORIA
Por José Antonio Herrera Márquez
EL PAPEL DE LA MUJER Y EL FEMINISMO A LO LARGO DE LA
HISTORIA.
-INTRODUCCIÓN.
En este trabajo intentaremos hacer un repaso al
feminismo y a sus apariciones a lo largo de la Historia. Lo distribuiremos por
siglos, empezando por el siglo XVIII, donde aparece el feminismo de la igualdad
o- como podríamos llamarlo -el feminismo ilustrado, que nace a partir de las
ideas de la Ilustración. Aunque antes de empezar con el siglo XVIII, hablaremos
de algunos antecedentes importantes que tuvo el feminismo. Terminaremos el
trabajo con el feminismo del siglo XX.
Iremos tratando el tema a través de autores y
autoras importantes para tratar el tema del feminismo, tanto a favor como en
contra del mismo. Además analizaremos algunas condiciones históricas que fueron
influyendo en los movimientos y reivindicaciones feministas.
-SITUACIÓN DE LA MUJER ANTES DEL SIGLO XVIII, Y
ALGUNOS ANTECEDENTES DEL FEMINISMO.
El sistema que ha reinado siempre en la mayoría de
las sociedades antiguas, por no decir en todas, ha sido el sistema patriarcal.
La mujer siempre ha estado en una situación de inferioridad con respecto al
hombre.
En los momentos de ilustración y en los momentos de
transición hacia formas sociales más justas y liberadoras es cuando surgen con
más fuerza las polémicas feministas. La ilustración sofística produjo el
pensamiento de la igualdad de los sexos, aunque ha sobrevivido mejor la
reacción patriarcal que generó. A partir de aquí, la historia occidental fue
tejiendo el discurso de la inferioridad de la mujer respecto al hombre. Se
dividía así a los humanos en dos grupos distintos: hombres y mujeres. El nuevo paradigma humano de la autonomía que
trajo consigo el Renacimiento, no se extendió a las mujeres; tan sólo se aplicó
a los varones este nuevo ideal del hombre renacentista.
El movimiento de renovación religiosa que fue la Reforma protestante
significó la posibilidad de un cambio en el estado de la polémica, al afirmar
la primacía de la conciencia-individuo y el sacerdocio universal de todos los
verdaderos creyentes frente a la relación jerárquica con Dios. Pero una vez más, se dejó a las mujeres fuera. El
protestantismo reforzó la autoridad patriarcal convirtiendo al padre en el
nuevo e inapelable intérprete de las Escrituras, dios-rey de la casa, del hogar. Aun así, algunas sectas incluyeron a las mujeres
como predicadores, pero se las acusó de pactar con el demonio. En la Francia del siglo XVII, los salones
comenzaban su andadura como espacio público capaz de generar nuevas normas y
valores sociales. En los salones, las mujeres tenían una presencia notable, y
protagonizaron el movimiento literario y social conocido como preciosismo. Estas
mujeres de los salones de las preciosas declaraban preferir la aristocracia del
espíritu a la de la sangre, e impusieron nuevos estilos amorosos. Pero fueron
ridiculizadas.
Para muchas feministas, la primera feminista sería
Pisan, una poetisa medieval francesa que fue la primera en vivir de la
escritura. Escribía con su nombre, no utilizaba pseudónimos, y además su marido
no firmaba sus obras, cosa que no se había visto hasta entonces. Escribió una
obra llamada “La ciudad de las damas” (1405), que para las feministas de la
diferencia es el referente máximo; y para las feministas de la igualdad es un
referente importante, aunque no el máximo. Lo que hace en esta obra es
demostrar a los hombres que las mujeres no son como ellos creían, y lo hace con
ejemplos. Idea cómo sería una ciudad en la que sólo habitaran mujeres. No
quiere cambiar nada, pero quiere validar a las mujeres, defenderlas. Estudia
los casos de mujeres que se han hecho pasar por hombres, para demostrarnos que
las mujeres podían ser tan buenas en todo como los hombres. Para ella eran
importantes los casos de travestismo, porque precisamente mostraban cómo una
mujer podía desempeñar el mismo papel que un hombre.
La primera obra que se centra en pedir la igualdad
sexual es la de Poulain de la Barre, un filósofo cartesiano, llamada “Sobre la
igualdad de los sexos” y publicada en 1673. Tenía una idea muy positiva de las
mujeres que acudían a los salones de las preciosistas. Solían ser mujeres de
alta talla intelectual. Poulain de la Barre era un filósofo cartesiano, lo que
le induce a pensar y defender que el intelecto es igual en mujeres y hombres,
puesto que no depende del cuerpo. Como el pensamiento no se diferencia en
hombres y mujeres- ya lo dijo así Descartes –ambos sexos deben tener iguales
derechos. Si bien Descartes no trató en particular del tema del estatus
ontológico de las mujeres, su dualismo de la sustancia y la excelencia que
atribuía al intelecto permitían suponer que éste, al ser independiente del
cuerpo, era igual en hombres y mujeres. Incluso algunas lucubraciones del
filósofo sobre el cuerpo humano y su formación basadas en la ciencia de la
época, hacían del sexo algo totalmente accidental que dependía en su
determinación como hombre o mujer de la posición del feto en el vientre de la
madre. En todo caso, para Descartes la sexualidad era sólo una particularidad
que no revestía un carácter fundamental de tipo ontológico.
-SITUACIÓN DE LA MUJER EN EL SIGLO XVIII Y
NACIMIENTO DEL FEMINISMO ILUSTRADO.
Las mujeres de la revolución francesa utilizaron la
demanda de universalidad de la ilustración para irracionalizar sus usos
interesados- e ilegítimos -patriarcales. El pensamiento feminista tiene sus
raíces en la Ilustración, porque ésta tiene aspiraciones de igualdad y
libertad. El nuevo estado revolucionario pregonaba la igualdad universal,
negando los derechos civiles y políticos a todas las mujeres. Esto era una gran
contradicción, y, por ello, las mujeres se constituyeron en sujetos de nuevos
discursos vindicativos. Desde el nuevo paradigma de igualdad implantado por los
hombres, tomaron los recursos para articular quejas y peticiones para intentar
acabar con su situación de subordinación a los hombres. “El feminismo se constituye así en una forma
peculiar de ilustración de la Ilustración, en el Pepito Grillo de las
propuestas emancipatorias de esa Ilustración… que asignó a las mujeres el lugar
de la Cenicienta” nos dirá Celia Amorós[1].
Este feminismo ilustrado o feminismo de la igualdad,
fija su atención en la realidad cotidiana de dominación, denunciando sus
infinitas manifestaciones. Así, podemos encontrar en él muy buenos análisis
acerca de la formación del sujeto femenino. “La fundamental importancia que los
ilustrados otorgaron a la educación, explica la fuerza con que se luchó contra
la opinión que concebía todas las diferencias entre los sexos como revelaciones
de las respectivas esencias masculina y femenina que, en tanto esencias, eran
consideradas, como es de suponer, invariables y universales”, dice Alicia H.
Puleo[2].
El siglo XVIII es el siglo de la fe en la cultura,
la educación y el progreso. Condorcet creía en todo esto. Autores como él, y
como La Mettrie, Holbach, Diderot, Sade, etc., coincidían en conceder la igualdad
entre hombres y mujeres; estaban a favor de la igualdad de la naturaleza
humana. Frente a todos ellos, se encontraba Rousseau, que defiende que sólo los
varones deben ser ciudadanos, no las mujeres. Debajo del contrato social de
Rousseau, había un contrato sexual; además, el mismo contrato social no
funcionaba sin ese contrato sexual. El espacio
público, en tanto espacio de la libertad y de la autonomía moral, no podía
existir sin el espacio privado, en cuanto lugar de reproducción de lo público y
de sujeción de las mujeres mediante el contrato de matrimonio.
Para Rousseau, hay dos naturalezas humanas
distintas: la femenina, muy determinada por los ciclos biológicos; y la
masculina, poco mediada por la biología. En función de esto, los hombres tienen
que ser educados en libertad, deben ser ciudadanos, etc. Pero las mujeres sólo
tienen que tener y criar a los hijos. Propone así, dos educaciones distintas
para los dos sexos, o, en este caso, para las dos naturalezas humanas. El tema
de la educación, como podemos ver, tomó una gran importancia en la Ilustración
y también en la polémica de los sexos.
D´Alambert polemizó con Rousseau. Él
apostaba por una educación
igualitaria. Pensaba que la educación que se les daba a las mujeres era
funesta, y que únicamente aprendían a fingir sin cesar, a ahogar todos los
sentimientos, a ocultar todas sus opiniones y disfrazar todos sus pensamientos.
Afirmaba que era un error que la educación no llegara a todos. Creía que cuando
la educación fuese más libre de expandirse, más extendida y homogénea,
experimentaríamos sus efectos bienhechores; dejaríamos de mantener a las
mujeres bajo el yugo y la ignorancia, y ellas dejarán de seducir, engañar y
gobernar a sus señores.
Un autor que destaca por la defensa de la igualad de
las mujeres es Condorcet. Éste piensa que se les están negando a las mujeres
los derechos naturales, que tienen al igual que los hombres. Piensa que no han
hecho nada importante hasta ahora porque no las hemos dejado, no es que no sean
inteligentes, e incluso aunque no fueran inteligentes, esto no nos justificaría
a negarles esos derechos. Cree que las mujeres podrían hacer compatibles la
vida pública y la vida privada. Además afirma que no se puede excluir a las
mujeres del derecho de ciudadanía, porque el derecho natural y los principios
de una república exigen la participación de todos los individuos. También dice
que los hombres no pueden representar a las mujeres porque tienen intereses
diferentes, y en la república sólo puedes ser representado por alguien con tus
mismos intereses. Justifica esto con el hecho claro de las leyes opresivas y
discriminatorias votadas por los hombres contra las mujeres. Y afirma que la
perfectibilidad de la especie humana implica necesariamente- para su pleno
despliegue -la abolición de los prejuicios sobre los sexos y el establecimiento
de la igualdad entre ambos. Sólo la igualdad entre los sexos hará posible el
desarrollo de una conciencia moral más plena y el goce de una felicidad hasta
el momento desconocida. Reclama igualdad de derechos y una educación
igualitaria (y dada en común) para hombres y mujeres, porque las diferencias
entre ambos sexos se deben a que la educación recibida es muy diferente. Además
no cree que la ley deba excluir a las mujeres de ningún puesto.
Madame Lambert también se preocupaba de este tema y
apostaba por una educación igualitaria entre hombres y mujeres. Afirmaba que el
saber iguala hombres y mujeres y libera, al menos en cierto grado, la conducta
femenina de las trabas que rigen su vida amorosa. Pertenecía al movimiento de
las preciosas y criticaba el hecho de que mientras que los hombres podían
cultivar las letras, al mismo tiempo ridiculizaran a las mujeres que lo hacían.
Pensaba que al educar como se hacía a las mujeres de la época, se estropeaban todas
las disposiciones que les había dado la naturaleza.
Diderot criticaba el hecho de que en el matrimonio
siempre tuviera el poder el hombre y la mujer estuviera dominada por él y
subordinada a él. No criticaba que hubiera en el matrimonio uno que mandara
sobre el otro, sino que siempre tuviese que ser el hombre, incluso en las
ocasiones en que la mujer tenía más o mejores capacidades que el hombre.
Apostaba por un matrimonio en el que mandara el que tuviera las mejores
capacidades, indistintamente de si era el hombre o la mujer.
Uno de los momentos más lúcidos de la toma de
consciencia feminista fue la “Declaración de los derechos de la mujer y la
ciudadana” (1791) de Olympe de Gouges. Este texto, inspirado en la “Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, fue redactado con el objetivo de
denunciar y remediar la falsa universalidad que esconde bajo el equívoco
término Hombre el real significado de
varón. La autora reclama la igualdad
entre los sexos. Afirma que la mujer nace libre y permanece igual al hombre en
derechos. Se debe dejar de oprimir a la mujer, pues al ser todos iguales, las
distinciones sociales sólo pueden estar basadas en la utilidad de todos, y la
dominación de la mujer a manos del hombre no es beneficiosa para todos.
Nos dice que la ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las
Ciudadanas y Ciudadanos deben participar en su formación personalmente o por
medio de sus representantes. Además, todos los ciudadanos y todas las
ciudadanas deben ser admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos
públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y
sus talentos. Como vemos, esta autora está en la misma línea que Condorcet.
En 1792, Mary Wollstonecraft redactó su “Vindicación
de los derechos de la mujer”. Este texto es casi contemporáneo a los de Gouges
y Condorcet. Este texto se presenta como una obra que pide la inclusión de las
mujeres en la esfera pública y política. Aunque su tema fundamental es el de la
educación femenina. Al no existir distinción natural entre las capacidades y
funciones de hombres y mujeres, las distinciones no naturales que implantan la
desigualdad, llevan a la corrupción mutua de las partes implicadas.
Wollstonecraft cree que la Humanidad sólo podrá alcanzar el grado de perfección
que prometía el ideario ilustrado si sus grandes verdades se hacen realmente
universales, por lo que hay que acabar con la desigualdad. Por tanto, hay que
educar por igual a hombres y mujeres. Lo que convierte a las mujeres en
inferiores y las lleva a actuar como tales, es su situación (se las ha tratado como seres
inferiores), no su naturaleza. Nos dice en esta obra que: “La situación de las
mujeres hace que confundan la virtud con la apariencia de virtud, con la
reputación. Hay que desenmascarar las convenciones sociales que impiden a las
mujeres el ejercicio de la virtud y las convierten en seres envilecidos,
consumadas maestras en el arte de las apariencias y en el cultivo de las tretas
y de los engaños. Si no se permite a las mujeres disfrutar de derechos
legítimos, volverán viciosos a los hombres y a sí mismas para obtener
privilegios ilícitos”[3]. Hay que decir aquí que
admiraba a Rousseau por distinguir entre virtud y apariencia de virtud, pero la
decepcionaba el hecho de que fuese incapaz de distinguir entre realidad y
representación en el tema del carácter y destino de las mujeres. En esta obra
critica duramente a Rousseau por esto y por cómo trata el tema de las mujeres.
La transformación con respecto a los siglos
anteriores significa el paso del gesto individual al movimiento colectivo: la querella
fue llevada a la plaza pública y tomó la forma de un debate democrático: se
convirtió por vez primera de forma explícita en una cuestión política. Sin
embargo, la revolución francesa acabó siendo una derrota para el feminismo. En
1793 Olympe de Gouges fue guillotinada por asuntos políticos, los jacobinos
cerraron los clubes de mujeres, y en 1794 se prohibió la presencia de mujeres
en cualquier tipo de actividad política. Si alguna mujer se había señalado
demasiado sólo tenía dos opciones: el exilio o la guillotina.
Además de todo esto, podemos ver cómo en el siglo
XVIII ya se empezaba a gestar el predominio de la psiquiatría del siglo XIX,
con la que la sexualidad adquiere visos ontológicos. Nadie permanecerá
totalmente indiferente a la sospecha de origen fisiológico de los actos
aparentemente voluntarios, de las acciones aparentemente libres y hasta del
pensamiento aparentemente puro.
El discurso que la Ilustración mantiene sobre las
mujeres se mueve en una ambigüedad fundamental, provocada por una oscilación
entre explicaciones culturalistas y justificaciones biologicistas de la
diferencia genérica. Podemos leer en “La Ilustración olvidada” de Alicia H.
Puleo, que: “Tal oscilación surge de tres fuentes: por un lado, de la fortaleza
de las costumbres y de los prejuicios arraigados en la sociedad y, por ende, en
los ilustrados en tanto pertenecen a ésta; por otro, de una tensión interna del
propio pensamiento de la Ilustración, la contradicción que surgirá entre el
deseo de cambio, el imperativo moral de crítica a las estructuras vigentes y el
progresivo avance del conocimiento de las ciencias naturales que impone un
punto de vista determinista, biologicista; finalmente, un tercer factor lo
constituye el discurso de una burguesía emergente que en la pluma de Rousseau
expresará un nuevo modelo de familia que consagra la exclusión de las mujeres
del ámbito de lo público”[4]. Este proyecto político de
la burguesía, se apoyará en los argumentos aportados por la medicina
filosófica, que establecía que los cerebros de hombres y mujeres eran
distintos.
-LAS MUJERES Y EL FEMINISMO EN EL SIGLO XIX.
En el siglo XIX, aparece la misoginia por todas
partes. La sexualidad adquiere visos ontológicos. Esta elevación de la
sexualidad a esencia y verdad oculta de los individuos es denunciada por Michel
Foucault en su “Historia de la sexualidad” como estrategia de poder que
histerizó el cuerpo femenino. La dimensión biologicista de la Ilustración llevó
a este discurso antifeminista que apela a la naturaleza biológica para mantener
a las mujeres en sus roles tradicionales, puesto que el biologicismo
predeterminaría su destino como individuos.
El mayor
representante de la misoginia del siglo XIX es, sin lugar a dudas, Arthur Schopenhauer.
Éste
establece la diferencia en los caracteres biológicos y anatómicos. Fue el
primero en plantear el sexo como núcleo de la metafísica. Piensa que sólo el
instinto sexual puede explicar que los seres se reproduzcan. Esto prueba la
supremacía de la voluntad sobre cualquier reflexión y sobre cualquier
razonamiento. El fin del acto sexual es siempre la reproducción, aunque lo
evitemos. La voluntad nos lanza la trampa con el instinto sexual para que
sucumbamos a perpetuar la especie. La mujer es el cebo que se pone al anzuelo
para que el hombre no pueda resistir el instinto sexual, y sucumba a los fines
de la vida. Para él, las mujeres son como un grado intermedio entre los
animales y los hombres, son una objetivación menor. Se basa en los médicos
filósofos para decir que las mujeres son un ser humano de segunda categoría.
Afirma que la mujer es pura apariencia, pura superficialidad. Nos dice que la
emancipación de la mujer es imposible, entre otras cosas, porque el cerebro ésta
no da para más. Para poder hacernos una idea de la misoginia de Schopenhauer,
son suficientes unas pocas citas extraídas de sus obras: “[la mujer] rinde su tributo a la vida, no por la
acción, sino por el sufrimiento, por el cuidado que prodiga a los hijos, por la
sumisión al hombre, para quien debe ser una compañera afectuosa y paciente”;
“hasta tal punto necesitan un dueño. La mujer es un animal de cabellos largos y
de ideas cortas”; “es la mujer un animal al que es necesario pegar, alimentar
bien y encerrar. Deberían tan sólo ocuparse de su casa”; “son el segundo sexo,
el sexo destinado a permanecer separado y en segundo término”; “durante toda la
vida las mujeres son como niños”; y un largo etcétera[5].
La
dimensión biologicista de este siglo, da paso también a un feminismo de la
diferencia que mantendrá en Francia, a lo largo del siglo XIX, un discurso
reivindicativo basado en la peculiaridad irreductible de las mujeres en tanto
dadoras de la vida, generosas madres que alimentan y cuidan. Este feminismo
francés rechaza el discurso igualitario del feminismo ilustrado o feminismo de
la igualdad, y sigue una línea de afirmación de la diferencia sexual,
reclamando al Estado protección para las mujeres. Exalta el principio femenino
y sus valores y denigra lo masculino. Para ellas, la sexualidad masculina es
agresiva y potencialmente letal, la femenina es difusa, tierna y orientada a
las relaciones interpersonales.
En este
siglo, el feminismo aparece como un movimiento social de carácter
internacional. Además, ocupará un lugar importante en el seno de los otros
grandes movimientos sociales: los diferentes socialismos y el anarquismo. En la
voz Feminismos de Ana de Miguel,
perteneciente al libro “Diez palabras claves de mujer”, podemos leer que: “Por
un lado, a las mujeres se les negaban los derechos civiles y políticos más
básicos, segando de sus vidas cualquier atisbo de autonomía personal. Por otro,
el proletariado (y las mujeres proletarias) quedaba totalmente al margen de la
riqueza producida por la industria, y su situación de degradación y miseria se
convirtió en uno de los hechos más sangrantes del nuevo orden social. Estas
contradicciones fueron el caldo de cultivo de las teorías emancipadoras y los
movimientos sociales del XIX”[6].
Uno de los movimientos importantes para el feminismo
de este siglo fue el movimiento sufragista. En la burguesía, la clase social
ascendente, las mujeres quedaron enclaustradas en un hogar, símbolo del status
y éxito laboral del varón. Estaban indignadas por su situación de propiedad
legal de sus maridos y por su marginación de la educación y la mayoría de las
profesiones. Por todo esto, las mujeres se organizaron en torno a la
reivindicación del derecho al voto. Pero el derecho al voto no era lo único que
pedían, pedían la igualdad en todos los terrenos apelando a la auténtica
universalización de los valores democráticos y liberales. Uno de los textos
fundacionales del sufragismo fue la Declaración de Séneca Falls, publicada en
1848 como resultado de la primera convención sobre los derechos de la mujer
organizada en Estados Unidos por Lucretia Mott y Elisabeth Cady Stanton. En
ella apelan a la ley natural como fuente de derechos para toda la especie
humana, y a la razón y al buen sentido de la humanidad como armas contra el
prejuicio y la costumbre. Dicen que sólo hay una forma de ser humano, que todos
somos idénticos en capacidad y responsabilidad. También piden igualdad ante la
religión. Encontramos en esta declaración, no sólo exigencias para alcanzar la
ciudadanía civil, sino también los principios que deberían modificar las
costumbres y la moral. Querían el voto, poder presentarse a elecciones, poder
ocupar cargos públicos, poder pertenecer a organizaciones políticas, poder
asistir a reuniones políticas; además estaban en contra de la prohibición de
tener propiedades (pues sus propiedades se transferían al marido), y querían
poder tener negocios propios. Denuncian la situación
de dependencia absoluta de las mujeres, su imposibilidad de acceso a enseñanzas
superiores y la precariedad en el trabajo, pero se dan cuenta que esta
situación responde a un orden moral y de costumbres que necesariamente hay que
invertir.
La fuente más clara de inspiración que tuvo el
Manifiesto de Séneca Falls fue la Declaración de Independencia, redactada por
Jefferson en 1776. Esta declaración tenía una
raíz profundamente ilustrada, y contaba entre los derechos naturales e
inalienables a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Además, aseguraba
que la función del Gobierno consistía en preservar estos derechos naturales.
Harriet
Taylor Mill se hizo eco de estas reivindicaciones llevadas a cabo por las
feministas de Séneca Falls. John Stuart Mill y Harriet Taylor
Mill apoyaron el movimiento de Séneca Falls. Escribieron un libro llamado
“Ensayo sobre la igualdad de los sexos”, que estaba compuesto por cuatro
ensayos, dos escritos por John y otros dos escritos por Harriet.
Posteriormente, John Stuart Mill escribió “La esclavitud femenina”, siguiendo
esta línea. John piensa que la mujer no se emancipará mientras que no se
emancipe en su casa y su familia. Es en las casas donde hay que educar en
igualdad. Uno de los artículos de Harriet Taylor Mill es “La emancipación de la
mujer”, donde dice que no se puede llamar universal al sufragio cuando la mitad
de la especie humana permanece excluida de él. Y afirma que: “Declarar que todo el mundo tiene derecho a voto en
el gobierno y pedir este derecho sólo para una parte, a saber, la parte a que
el mismo demandante pertenece, es demostrar claramente que uno no tiene
principios”[7].
Dice que dividir la especie en dos (hombres y mujeres), estando las mujeres
subordinadas a los hombres siempre, es un prejuicio y una fuente de perversión
y corrupción para ambos. Hay que sustituir el dominio del más fuerte por una
justa igualdad. Harriet piensa que si conseguimos la igualdad, cada individuo, sea
hombre o mujer, demostrará sus aptitudes mediante la experiencia, y el mundo se
aprovechará de las mejores facultades de todos sus habitantes. La desigualdad
no es sólo una injusticia para el individuo y un perjuicio para la sociedad,
sino que además es el modo más eficaz de procurar que, en el sexo o clase así
encadenado, dejen de existir las cualidades que no se dejan ejercitar. La
pretendida preferencia de la mujer por su estado de dependencia es sólo
aparente y proviene del hecho de que no se le deja escoger; ya que si la
preferencia fuese natural, no habría necesidad de que la ley la impusiera. Esta
preferencia se debe a que la mujer ha aprendido a considerar su degradación
como su honor, ya que se les ha inculcado, desde la niñez, la sumisión como el
atractivo y la gracia peculiares de su carácter. En 1886, Stuart Mill presentó
la primera petición a favor del voto femenino en el Parlamento de Inglaterra,
pero fue rechazada.
Con respecto a los movimientos socialistas, fueron los
socialistas utópicos los primeros en abordar el tema de la mujer. Proponían la
vuelta a pequeñas comunidades en que pueda existir autogestión y se desarrollara
la cooperación humana en un régimen de igualdad que afectara también a los
sexos. Condenaban la doble moral y consideraban el celibato y el matrimonio
indisoluble como instituciones represoras y causa de injusticia e infelicidad.
En el socialismo marxista, Engels
se unió a las tesis de Bachofen, McLenan y Morgan, los antropólogos
evolucionistas. Todos estos autores pensaban que todas las sociedades sufrían
una misma evolución, aunque cada una estuviera en una fase distinta de esta- la
misma -evolución. Engels afirma, junto a estos autores, que la propiedad
privada hacía que se pase a la fase de sociedad patriarcal y, con ello, a la opresión
de las mujeres. Estableció, así, que el origen de la sujeción de las
mujeres estaba en causas sociales, y no en causas biológicas. En
concreto, en la aparición de la propiedad privada y la exclusión de las mujeres
de la esfera de la producción social. En consecuencia, de este análisis se
desprendía que la emancipación de las mujeres iría unida a su retorno a la
producción y a la independencia económica.
Con respecto al anarquismo, Proudhon mantuvo
posiciones antigualitarias extremas. Sin embargo, el anarquismo contó con
numerosas mujeres que contribuyeron a la
lucha por la igualdad. Una de las ideas más recurrentes entre ellas era la de
que las mujeres se liberarían gracias a su
propia fuerza y esfuerzo individual. Consideraban que las relaciones
entre ambos sexos debían ser libres.
-LA MUJER Y EL FEMINISMO EN EL SIGLO XX.
Tenemos que empezar
hablando de un personaje importante para la comprensión que se empieza a tener
en el siglo XX sobre la mujer, como es Freud. Freud nos dirá que el sexo no
existe, que el sexo como femenino o masculino es sólo un constructo. Debajo de
la diferencia de género, no hay nada de naturaleza. Ya no hablamos de esencias
femeninas sino de identidades femeninas. No hay esencias, sino identidades. No
hay dos sexos, los sexos no son más que un derivado, no son más que un
constructo. Hay una única pulsión sexual: la libido. No hay dos tipos de
pulsiones sexuales, hay sólo un tipo. La libido es la fuerza motriz de la
sexualidad, y es la misma para todos, está presente tanto en hombres como en
mujeres. Esto lo que afirma es que el reducto biológico de lo humano, la
libido, es bisexual.
Freud nos dice que los
individuos no son felices porque tienen que reprimir sus pulsiones básicas para
vivir en cultura y en sociedad. Y hemos de vivir en sociedad y en cultura
porque somos seres precarios, porque lo necesitamos. El individuo tiene muchas
pulsiones, pero ha de reprimir casi todas, excepto aquellas que se adaptan a su
cultura y su sociedad.
En el tema de las
pulsiones, el pensamiento de Freud pasa por tres fases: primero piensa que
tenemos dos tipos de pulsiones, libidinosas y de conservación; luego piensa que
todas las pulsiones que tenemos son libidinosas; y por último piensa que
tenemos pulsiones libidinosas, y también de muerte. Las pulsiones narcisistas
son sexuales, y como las pulsiones de conservación son narcisistas, entonces
las pulsiones de conservación son sexuales también. Las pulsiones sexuales son
de vida, y las tanatosianas son de muerte, que pueden ser autolesivas o
agresivas. Normalmente, en la cultura, nos negamos las pulsiones sexuales y las
de muerte, y esto es muy peligroso; esto nos hace daño. La represión de la
libido produce problemas, produce malestar en el individuo. La cultura nos hace
cambiar el programa del principio de placer por el programa del principio de
realidad. La identidad sexual adulta está llena de restricciones.
La construcción de las
identidades femeninas y masculinas, pasa por unas fases. Ambas son iguales en
las dos primeras fases: oral y anal. Pero ya en la tercera fase, la genital,
aparecen diferencias. En el niño es el pene y en la niña el clítoris, así, el
niño vive la sexualidad como superior a la de la niña porque el pene es más
grande que el clítoris. Después, ambos pasan por una fase de letargo en la que
se les reprime. Y por último aparece la gran distinción: la etapa fálica en el
niño, y la vaginal en la niña. Para Freud, la sexualidad fálica es activa,
mientras que la vaginal es pasiva. La niña vive la sexualidad como inferioridad
frente al niño, además en ella se ha pasado del clítoris en la fase genital, a
la vagina en la fase vaginal; mientras que en el niño en ambas fases es el
pene. Además hay algo más que también es importante, en el niño el objeto
sexual es siempre la madre, pero en la niña comienza siendo la madre para pasar
luego a ser el padre, produciéndose un rechazo de la madre. Freud nos hace ver
que en el sexo femenino se da una mayor represión que en el sexo masculino, y
un mayor desconocimiento de los deseos sexuales.
En el siglo XX, aparece
la figura de Simone de Beauvoir, cuya obra más importante en lo tocante al tema
que estamos tratando es, sin duda alguna, “El segundo sexo”. Con la consecución
del voto y todas las reformas que ésta trajo consigo, las mujeres parecían
estar relativamente satisfechas con respecto a sus demandas, además vivían en
una sociedad legalmente casi-igualitaria, y la calma parecía reinar en los
hogares. La obra de
Simone de Beauvoir es una muestra del cambio que se avecina. Ésta cree que se
identifica mujer con madre y esposa, y que esto cercena toda posibilidad de
realización personal y culpabiliza a todas aquellas que no son felices viviendo
solamente para los demás.
Sus viajes por los
Estados Unidos le hicieron conocer los movimientos feministas de este país, lo
cual le influyó mucho. Y, pese a que es considerada la feminista por
antonomasia, ella nunca se consideró feminista. Su feminismo se apoya en bases
ilustradas, pero el sujeto de este feminismo es un sujeto limitado. El sujeto
es débil, no es un sujeto plenamente libre (como lo era el sujeto ilustrado),
porque puede haber situaciones en que se anule la libertad del mismo. Es un
sujeto, por tanto, debilitado por la circunstancia. Esto hace que las mujeres
no sean responsables de su situación de sumisión ante el hombre, que no sean
responsables de tener tan poca libertad, que no sean responsables de haber sido
el segundo sexo. La mediatización de la cultura ha hecho que la mujer, que en
el punto cero era (igual que el hombre) todo libertad, puro proyecto, puro para
sí, no se haya realizado, y viva, así, para el otro (y no para sí). “Ahora
bien, lo que define de una manera singular la situación de la mujer es que,
siendo como todo ser humano una libertad autónoma, se descubre y se elige en un
mundo donde los hombres le imponen que se asuma como lo Otro: se pretende
fijarla en objeto y consagrarla a la inmanencia, ya que su trascendencia será
perpetuamente trascendida por otra conciencia esencial y soberana”, nos dice
Simone de Beauvoir[8].
No se nace mujer, se
llega a serlo; ésta es la gran afirmación de Simone de Beauvoir. Se nace libre,
se nace hembra o macho, pero no mujer u hombre. “Así, pues, todo ser humano
hembra no es necesariamente una mujer; tiene que participar de esa realidad
misteriosa y amenazada que es la feminidad”[9].
Ser mujer implica los valores de servicio, maternidad, sumisión, aceptar el
segundo lugar, etc. Pero todo esto es un constructo, no es por naturaleza, y,
por tanto, se puede cambiar. Simone de Beauvoir dirá que son las mujeres las
que tienen que cambiar esto. Los hombres se han apropiado de unas
características que en realidad pertenecían a toda la especie humana y que, por
tanto, incluían también a las mujeres; pero a éstas les han negado esas
características, inventándoles otras. Simone de Beauvoir, en la introducción a
“El segundo sexo”, cita a Dorothy Parker, quién dice que: “Pienso que todos
nosotros, tanto hombres como mujeres, quienes quiera que seamos, debemos ser considerados
como seres humanos”[10].
En los años sesenta y
setenta se descubre la sexualidad femenina como activa. En esta época la gran
petición feminista es la liberación sexual de la mujer. La aparición de la
píldora había acabado con la relación sexo-reproducción de una manera tajante.
Ya en los años cincuenta, Kinsey había hecho unos estudios en los que se dedicó
a ser una especie de orientador sexual. En ellos, descubre que las parejas que
funcionaban bien hacían muchas cosas diferentes, no sólo sexo genital, sino
también oral, anal, etc. Le encargaron un trabajo sobre la sexualidad femenina,
debido al cual perdió toda su fama y prestigio porque dijo que, al igual que
los hombres, las mujeres también tenían gustos sexuales diversos, y que dichos
gustos no eran unas prácticas sexuales pasivas; sino que la sexualidad femenina
era una sexualidad activa.
A principios de los
sesenta, Betty Friedan escribió “La mística de la sexualidad”, donde detectó
que los valores y actividades femeninas de siempre eran un artilugio del
patriarcado, que nos los vendía como algo bueno. Con ellos se nos intentaba
demostrar que la situación clásica de la mujer era estupenda. Y Friedan decía
que esta mística de la feminidad se generó porque las mujeres debían volver a
sus casas ya que sus maridos habían regresado de la guerra, y para que
volvieran se les vendía esta situación de la mujer como buena. Pero esas
mujeres, cuando volvían a su situación anterior, se sentían mal, se sentían
vacías, y a esto lo llamaba Friedan <>.
Friedan contribuyó a
fundar en 1966 la Organización Nacional para las Mujeres (NOW). Donde veían la
situación de las mujeres como una desigualdad, y se postulaba la reforma del
sistema hasta lograr la igualdad entre los sexos.
Al poco tiempo se formó
el Movimiento de Liberación de las Mujeres (WLM), que estaba formado por
mujeres que pertenecían a partidos de izquierdas, y se sentían marginadas
sexualmente en estos grupos y en sus propias casas. Éstas eran las llamadas
feministas radicales. Una de ellas, Kate Miller, hizo la gran afirmación de que
lo personal es político, de que no hay frontera entre lo privado y lo público. Estas feministas radicales se organizaron de forma
autónoma, separándose de los varones.
El feminismo radical norteamericano se desarrolló
entre 1967 y 1975. Y a ellas se les deben conceptos tan fundamentales para el
feminismo como el concepto de patriarcado, el de género, y el de casta sexual.
El patriarcado es definido como un sistema de dominación sexual (del hombre
sobre la mujer). El género expresaba la construcción social de la feminidad. Y
la casta sexual aludía a la experiencia de opresión vivida que tenían en común
todas las mujeres. Además, consideraban que los varones recibían beneficios
económicos, sexuales y psicológicos del sistema patriarcal.
Como podemos ver, el siglo XX fue muy importante
para el feminismo.
BIBLIOGRAFÍA.
-M.
Wollstonecraft, “Vindicación de los derechos de la mujer”, incluido en
“Orígenes del feminismo: Textos ingleses de los siglos XVI al XVIII”, Lidia
Taillefer, Madrid, Ed. Narcea.
-Alicia H.
Puleo, “La Ilustración olvidada: La polémica de los sexos en el siglo XVIII.”,
Madrid, Ed. Anthropos, 1993.
-Arthur
Schopenhauer, “Los dolores del mundo”, Madrid, Ed. Sequitur, 2009.
-Harriet
Taylor Mill, “La emancipación de la mujer”, incluido en “Ensayo sobre la
igualdad de los sexos”, Madrid, Ed. Antonio Machado Libros, 2000.
-Celia Amorós,
“Diez palabras claves de mujer”, Estella (Navarra), Ed. Verbo Divino, 1995.
-Virginia
Woolf, “Un cuarto propio”, Madrid, Ed. Alianza, 2003.
-Varios
Autores, “Manifiesto de Séneca Falls”, 1848.
-Simone de
Beauvoir, “El segundo sexo”, Madrid, Ed. DeBolsillo, 2007.
ÍNDICE.
EL PAPEL DE LA
MUJER Y EL FEMINISMO A LO LARGO DE LA HISTORIA.
INTRODUCCIÓN...................................................................................
PÁG. 2
SITUACIÓN DE
LA MUJER ANTES DEL SIGLO XVIII, Y ALGUNOS ANTECEDENTES DEL FEMINISMO…………………………...…...
PÁG. 2
SITUACIÓN DE
LA MUJER EN EL SIGLO XVIII Y NACIMIENTO DEL FEMINISMO ILUSTRADO………………………………………...…
PÁG. 4
LAS MUJERES Y EL FEMINISMO EN EL SIGLO XIX………..... PÁG.
8
LA MUJER Y EL FEMINISMO EN EL SIGLO XX…………….... PÁG.
12
BIBLIOGRAFÍA………………………………………………….… PÁG. 17
[1]
Alicia H. Puleo, “La
Ilustración olvidada: La polémica de los sexos en el siglo XVIII.”, Madrid, Ed.
Anthropos, 1993.
[2]
Alicia H. Puleo, “La
Ilustración olvidada: La polémica de los sexos en el siglo XVIII.”, Madrid, Ed.
Anthropos, 1993.
[3] M. Wollstonecraft, “Vindicación de los derechos de
la mujer”, incluido en “Orígenes del feminismo: Textos ingleses de los siglos
XVI al XVIII”, Lidia Taillefer, Madrid, Ed. Narcea.
[4]
Alicia H. Puleo, “La
Ilustración olvidada: La polémica de los sexos en el siglo XVIII.”, Madrid, Ed.
Anthropos, 1993.
[7]
Harriet Taylor Mill, “La
emancipación de la mujer”, incluido en “Ensayo sobre la igualdad de los sexos”,
Madrid, Ed. Antonio Machado Libros, 2000.
[10]
Dorothy Parker, “Modern Woman: a lost sex”, citado en “El segundo sexo”, Simone
de Beauvoir, Madrid,
Ed. DeBolsillo, 2007.